El diagnóstico del cáncer es tan amplio como la variedad de enfermedades que abarca. No obstante puede resumirse en varios puntos esenciales que son complementarios:
La “Estadificación” es la clasificación del tumor en la etapa o estadio correspondiente y se realiza en base a los hallazgos encontrados y a la afectación local que el tumor hubiera producido.
Aunque hay numerosas clasificaciones específicas para cada enfermedad como por ejemplo la FIGO para tumores ginecológicos, la clasificación más utilizada de forma general es el TNM. El T supone el tamaño y extensión local del tumor (T 1,2,3,4), el N es la afectación de los ganglios (N 0,1,2,3) y el M es la existencia o no de metástasis a distancia (M0 ó M1 cuando hay metástasis).
La combinación de los tres factores se agrupan en distintas fases o Estadios que suelen ir del I al IV con distintos subestadios (IA,IB, IIA,IIB, IIIA,IIIB, IIIC, IVA, IVB, etc) dependiendo de cada tumor.
El estadio con mejor pronóstico es siempre el I seguido del II. El estadio III con frecuencia es inoperable o si se pudiera intervenir requeriría tratamiento oncológico antes o después de la intervención, su pronóstico es intermedio. El estadio IV es de mal pronóstico y es subsidiario de tratamiento oncológico con finalidad paliativa.
Aunque muchas situaciones sean parecidas en distintos pacientes, cada uno tendrá un pronóstico distinto dependiente de varios factores:
Con todos estos datos se establece un pronóstico inicial que sirve de orientación previa, ya que este pronóstico podrá variar en función de la respuesta a los tratamientos y de la evolución que siga la enfermedad.
Obviamente el pronóstico es muy diferente para cada tipo de tumor y así contamos con tumor de buen pronóstico como el cáncer de mama (con supervivencias a los 5 años cercanas al 80%) y tumores de mal pronóstico como el cáncer de pulmón (supervivencias a los 5 años inferiores al 20%)